Entrañas

Le vi perder el aliento casi sin esfuerzo, después de haber malgastado miles de horas agonizando.

Las leyes divinas dejaron de ser santo de su devoción, tanto es así que comenzó a venerar cualquier moralidad que antes hubiera tachado de pecado. En otros tiempos daba rigurosamente fe con todo el respeto y sin atisbo de duda, y debiera haber sido que cada paso que daba al pasado iba desestabilizando su mundo, como el trapecista distraído que va perdiendo el equilibrio hasta que cae al abismo sin haber sentido el vértigo, y de repente uno pierde el alma y se desprende de las riendas de su cuerpo.

Ahogaba sus penas sin rodeos, cualquier momento era bueno, pero ya no quedaban buenos momentos. Su mirada no pedía auxilio, solo quería fulminar la realidad que le atacaba. Y en esa lucha en que se hallaba, donde las miserias son ya más conocidas por los otros que por uno mismo, se  derramaba el alcohol desde la mesita de noche, se desbordaba el alcohol bajo las puertas cerradas, se inundaba su vida, y todas las vidas que le rodeaban. Y empezaba a devorarse con el mismo empeño absurdo de la enfermedad autoinmune.

Ignoraba que del cariño pudieran las personas abastecerse durante años, pero él lo hizo. Y como todo en la naturaleza, el amor es un recurso que se agota. Muchas veces creyó que era energía renovable, pero de no mantenerse ni reciclarse, se estaba extinguiendo. Y empezó a dormir despojado de afecto y sin coger nunca más el sueño.

Quienes se afanaban en recuperarle sin  saber muy bien cuando había desaparecido, parecían enredarse en la tela de araña que cada día tejía el desconsuelo, y precisamente esa angustia, que alejaba a los más cercanos, es el mismo amor que lleva a un hijo a dar el ejemplo que él necesitaba como padre.

Aturdido cabeceaba entre querer tener y tener que olvidar, con la sospecha acechándole de llevarse en la maleta el amor convertido en recuerdos y sin espacio para el futuro por el que tanto había luchado. El tiempo se paró el día que abrieron su puerta para embargarle la dignidad, y convertido en vacío, debía decir adiós a algún resquicio de felicidad que aún no había desechado.

La desnutrición de su mente no se reflejaba en su cuerpo, que se hinchó descontroladamente hasta esconder su rostro. Y mientras oía la extremaunción en la cama de lado, una fuerza inhumana se apoderó de él, e incorporándole, le impulsó a seguir el haz de luz infinito que entraba por la ventana, y puso tanto de su parte, que en ese momento, daría su vida por recuperar su vida. Y así fue.

Poco después, tejían las entrañas de un desconocido al entramado laberíntico de senderos que escondía bajo la piel. De repente sentía la necesidad imperiosa de estar agradecido por cada  segundo que estaba a salvo. Así de contundentes son las oportunidades, y a esta se aferró sabiendo que era la última. Y su empeño más absoluto, era merecerla.

Ahora sus pasos son rebeldes y quieren encontrar el punto de encuentro. Busca los atajos más recomendables para emprender su camino de nuevo, busca a quien nunca le abandonó, sin olvidar, que no perdió las piernas que no sentía, en un tiempo que ya no existe.

Ahora solo quiere caminar.

Un comentario de “Entrañas

  1. Diana Martín. dice:

    Este es un microrrelato que nace de la fuerza de Pelayo Martín Vidriales, y el cariño de su sobrina y escritora Diana Martín. Gracias por publicar.

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